DOMINGO DE RAMOS EN BUDAPEST
Muy bonita ha sido esta año, la celebración del Domingo de Ramos aquí en Budapest. Con más gente que nunca, unas 75 personas, me parece, que estuvieron, a pesar del frio, en el patio interior, con las hojas de palma, este año, hojas de palma de verdad, más las "barkas" tradicionales húngaras. El Padre András les fue echando agua bendita con el hisopo, recorriendo el círculo de personas que las sostenían en las manos.
Cantamos al principio la tradicional canción: "Qué alegría cuando me dijeron, vamos a la casa del Señor...ya están pisando nuestros pies, tus umbrales Jerusalén…” y así era, estábamos allí, dispuestos a entrar como Jesús, con nuestros ramos, en Jerusalén. El Padre leyó el Evangelio y la Hermana Bárbara nos habló brevemente, sobre el ejemplo que Jesús nos da, entrando montado sobre un humilde burrito en Jerusalén, mientras es aclamado por la muchedumbre que le recibe con palmas y ramos de olivo. Jesús entró como Rey, pero al ir montado sobre un asno, nos muestra así su sencillez y humildad, nos da a entender, que las riquezas pueden llevarnos a la esclavitud y nos llegan a limitar la libertad.
Al terminar, entramos en la capilla, de nuevo cantando, que con alegría, nos dirigíamos a la casa del Señor comenzó la misa. La Pasión según San Marcos, la leyeron el Padre András, Santiago y Dalia, interpretando los diferentes papeles.
En la homilía, el Padre nos habló, sobre las similitudes que existen hoy día, con las que existieron en aquellos momentos, por ejemplo el Cireneo que no quería ayudar a Jesús a llevar la cruz, y lo hizo obligado, Pilatos que fue débil de carácter, ante las exigencias de la multitud y le entregó para que fuera crucificado, aunque sabía que era inocente, Pedro que le negó tres veces, por miedo a ser descubierto como amigo suyo, los apóstoles que se durmieron en el Monte de los Olivos, porque estaban cansados y le dejaron solo, aunque le habían prometido acompañarle en sus momentos difíciles. Cosas, que si somos sinceros, hacemos todos, una y otra vez.
Y entre todos los que le negaron, por temor o indiferencia, una mujer La Verónica, supo descubrir el rostro de Jesús, bajo la capa de sudor y polvo, y sin importarle lo que pensaran los que le escupían, se la limpió. Cuantas veces nosotros, por vergüenza o indiferencia, no nos atrevemos a demostrar quienes son en verdad otros, que sabemos buenos, a los que entendemos, y a los que los demás insultan o de los que hablan mal. Tomemos ejemplo de la Verónica. Así fue nuestro Domingo de Ramos.
Y ahora, como española que soy, me gustaría incluir la letra de una saeta, la canción andaluza, que se canta a las imágenes de Cristo y de la Virgen, generalmente desde un balcón, a su paso por las calles en estos días.
Cantamos al principio la tradicional canción: "Qué alegría cuando me dijeron, vamos a la casa del Señor...ya están pisando nuestros pies, tus umbrales Jerusalén…” y así era, estábamos allí, dispuestos a entrar como Jesús, con nuestros ramos, en Jerusalén. El Padre leyó el Evangelio y la Hermana Bárbara nos habló brevemente, sobre el ejemplo que Jesús nos da, entrando montado sobre un humilde burrito en Jerusalén, mientras es aclamado por la muchedumbre que le recibe con palmas y ramos de olivo. Jesús entró como Rey, pero al ir montado sobre un asno, nos muestra así su sencillez y humildad, nos da a entender, que las riquezas pueden llevarnos a la esclavitud y nos llegan a limitar la libertad.
Al terminar, entramos en la capilla, de nuevo cantando, que con alegría, nos dirigíamos a la casa del Señor comenzó la misa. La Pasión según San Marcos, la leyeron el Padre András, Santiago y Dalia, interpretando los diferentes papeles.
En la homilía, el Padre nos habló, sobre las similitudes que existen hoy día, con las que existieron en aquellos momentos, por ejemplo el Cireneo que no quería ayudar a Jesús a llevar la cruz, y lo hizo obligado, Pilatos que fue débil de carácter, ante las exigencias de la multitud y le entregó para que fuera crucificado, aunque sabía que era inocente, Pedro que le negó tres veces, por miedo a ser descubierto como amigo suyo, los apóstoles que se durmieron en el Monte de los Olivos, porque estaban cansados y le dejaron solo, aunque le habían prometido acompañarle en sus momentos difíciles. Cosas, que si somos sinceros, hacemos todos, una y otra vez.
Y entre todos los que le negaron, por temor o indiferencia, una mujer La Verónica, supo descubrir el rostro de Jesús, bajo la capa de sudor y polvo, y sin importarle lo que pensaran los que le escupían, se la limpió. Cuantas veces nosotros, por vergüenza o indiferencia, no nos atrevemos a demostrar quienes son en verdad otros, que sabemos buenos, a los que entendemos, y a los que los demás insultan o de los que hablan mal. Tomemos ejemplo de la Verónica. Así fue nuestro Domingo de Ramos.
Y ahora, como española que soy, me gustaría incluir la letra de una saeta, la canción andaluza, que se canta a las imágenes de Cristo y de la Virgen, generalmente desde un balcón, a su paso por las calles en estos días.
La Saeta
Dice una voz popular
¿Quién me presta una escalera,
para subir al madero,
para quitarle los clavos
a Jesús el Nazareno?
Oh, la saeta el cantar
al Cristo de los Gitanos,
siempre con sangre en las manos,
siempre por desenclavar.
Cantar del pueblo andaluz,
que todas las primaveras,
anda pidiendo escaleras
para subir a la cruz.
Cantar de la tierra mía,
que echa flores,
al Jesús de la Agonía,
que es la fe de mis mayores.
Oh, no eres tú mi cantar,
no puedo cantar ni quiero,
a ese Jesús del madero,
sino al que anduvo en la mar.
(Antonio Machado)
Dice una voz popular
¿Quién me presta una escalera,
para subir al madero,
para quitarle los clavos
a Jesús el Nazareno?
Oh, la saeta el cantar
al Cristo de los Gitanos,
siempre con sangre en las manos,
siempre por desenclavar.
Cantar del pueblo andaluz,
que todas las primaveras,
anda pidiendo escaleras
para subir a la cruz.
Cantar de la tierra mía,
que echa flores,
al Jesús de la Agonía,
que es la fe de mis mayores.
Oh, no eres tú mi cantar,
no puedo cantar ni quiero,
a ese Jesús del madero,
sino al que anduvo en la mar.
(Antonio Machado)
Por Teresa de la Vega
Grupo Católico Hispanoamericano
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